Está
en cuclillas, los pies desnudos,
abiertos,
sin gracia;
la falda metida alrededor de los tobillos.
Tiene la cara marchita y agrietada.
Parece vieja,
la falda metida alrededor de los tobillos.
Tiene la cara marchita y agrietada.
Parece vieja,
más
vieja que nadie.
Probablemente tiene treinta años.
Probablemente tiene treinta años.
Sus
manos, también arrugadas y agrietadas,
garabatean
con torpeza. Su pelo está escondido.
Escribe
con un palo, laboriosamente,
en
la tierra húmeda y gris,
mientras
frunce, con ansiedad, el ceño.
Escribe
letras grandes, anchas.
Ahí
está, terminada,
su
primera palabra hasta ahora.
Nunca
pensó que podía hacerlo,
ella,
no.
Eso
era para otros.
Mira hacia arriba, sonríe
Mira hacia arriba, sonríe
como
disculpándose,
pero
no lo hace; esta vez, no; ahora sí lo hizo bien.
Su nombre. No podemos leerlo.
Pero lo podemos adivinar. Mira su cara.
¿Es una flor gozosa? ¿Radiante?
¿Sol reflejado en el agua?
Margaret Atwood, Poéticas del Cuerpo
Pronto por Ediciones Colectivas Periféricas