El
maestro Paillanka se pone elegiaco y reflexivo en el mesón de los bares. Cuenta
que los doctores le sacaron un riñón y la cicatriz, sin esmeros ni virtudes,
quedó chueca pero ni tanto porque se parece al mapa de Chile. Al maestro Paillanka
los milicos le cortaron un coco cuando estuvo detenido el ‘73, quedó en
desequilibrio pero funcionando en correcta hombría y buenos bríos. El maestro
Paillanka sabe cuántas piedras caben en un metro cúbico de ripio (depende si
están mojadas o secas), cuántas personas se alimentan con una cabeza de vaca
(treinta y cinco, todos bien comidos y satisfechos) y cuántos curas han muerto
por subirse a los campanarios (317 en total, bueno, puede que alguno no haya
muerto pero ha quedado bien desgraciado para siempre, que viene a ser más o
menos lo mismo). El maestro Paillanka siempre tiene un ojo en la manguera y
otro en la lienza, por eso dice que la vida es demasiado dura y triste para
andar perdiendo el tiempo suicidándose.