Los perros ladraron toda la noche. Los desvelos agitan mis pensamientos
estériles e invitan a recaer en el ejercicio nulo de la palabra. Los pespuntes
de la quebrada, la maleza reseca en la crispación última de sus temblores,
habitan en mí como un espantapájaros. Contrahecho, presa de los sentidos, hurgo
en mis genitales para corroborar lo funesto: el temor a la mutilación y al
carácter espantoso de lo femenino.