Los ojos de las mujeres cultivan mi voz Afinan mi sentido de cíclope En el centro de sus escotes encuentro el bolsillo del monje En mi cama un animal interviene mis sueños En ellos cuerdas sostienen mi cabello y mis patas Sé que quiero llorar pero canto Creo que si canto otra vez esta furia traerá por fin mi entelequia
Un monje sentado con los ojos abiertos Es un mártir soñando esa niñez Él guarda en su bolsillo esa parte de un cuerpo construido Tercera le llaman Ese fragmento guarda los cambios Los convierte en pequeños fantasmas En salvajes encuentros en habitaciones altas y tibias La soledad sostiene a esa familia encarnada en el salón Allí los aplausos son cuchillos Los trajes bestias El paraíso un dorado martillo
Marcela Saldaño,
Investigaciones Determinadas por lo Prohibido
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