Cuando era niña solía pasar mucho tiempo sola en casa. Nadie
quería cuidarme por ser tan curiosa; mi madre por otro lado estaba largas horas
en las interminables filas de los hospitales pues mi hermana sufría de ataques
que la dejaban de un momento a otro sin respiración, y tenía que correr con
ella no importando la hora. Entonces yo comenzaba a llorar y me abalanzaba a
sus pies sollozando que no me dejara sola; qué podemos hacer, respondía con tristeza
mi madre, nada, sé fuerte y espera mi llegada.
Fue ahí cuando empezó todo, cuando los descubrí; y empecé a ver
más allá de lo que los otros ven. Recuerdo una
tarde en mi más profunda soledad. Jugaba con mis muñecas cuando escuché
unos pasos que recorrían la casa; eran pasos pequeños y veloces. Creí que había
llegado mi mamá, y pregunté; nadie respondió. Volví a sentir los mismos pasos
corriendo alrededor mío, pero no podía ver a nadie. No entendía hasta ese
minuto qué pasaba; sentí que un miedo terrible se apoderaba de mí y no tenía
dónde ni cómo arrancar; estaba encerrada con llave, me empecé a desesperar y a
gritar; sentía muchísimo frío en mi espalda y una terrible sensación al no
poder ver a nadie. Me precipité al suelo y me puse a llorar desconsoladamente
mirando de un lado a otro, mientras gritaba por ayuda.
De pronto, vi el viejo mueble
y sus dos amplias puertas en donde guardaban la comida; corrí lo más rápido que
pude y me escondí adentro para refugiarme; cerré las puertas y comencé a rezar,
entonces comenzaron a golpearlo por fuera, las puertas se hundían y podía ver
que del otro lado estaban haciendo presión.
Todo se salió de control, yo transpiraba y ya estaba a punto del
desahucio, cuando sentí la puerta del mueble que se abría; tenía mis manos
tapando mi rostro y ahí sentí una mano sacudiéndome; miré y vi que era mi
madre; me abalancé sobre ella para contarle lo sucedido, pero ella respondió
que estaba muy cansada como para escuchar ese tipo de güeas, entonces me fui a
mi cama y me dormí. Cuando desperté, mi madre otra vez se estaba yendo al
hospital con mi hermana a cuestas. Yo le supliqué que no me dejara ahí, que
algo estaba mal, exceso de imaginación dijo ella, ¡déjame, estoy atrasada!
Sentí cerrar la puerta y de inmediato corrí a esconderme al mueble. Estuve
muchas horas adentro y nada pasó, entonces salí, recorrí la casa y pensé que
nada estaba pasando; volví a jugar, estaba tranquila, ya lo había olvidado.
Estaba concentrada en lavar y cepillar a mi muñeca, cuando volvió
a pasar alguien; corrió a mi alrededor y me golpeó el hombro; lancé la muñeca
al suelo y di vueltas sobre mi eje, nada, nadie, grité tan fuerte como pude
-¿Quién es? ¿Por qué me molestas? ¡Déjame sola! ¡Ándate!
Entonces vi una sombra pasar por el rabillo de mi ojo y sentí una brisa que la
acompañaba, -que pasa, que pasa- preguntaba, -que quieres?- Nada respondió,
sólo estar junto a ti; su voz era muy delgada, apenas perceptible; -tengo
miedo- le dije, no sé de dónde vienes, ¿me harás daño? ¡No!, me respondió; sólo
quiero ser tu amiga; todo quedó en silencio y sentí la llave en la puerta: era
mi madre.