Presentación de la plaquette Suburbios del Terror (Vol. 1) de Deborah

Este sábado 1 de Agosto estaremos presentando la plaquette SUBURBIOS DEL TERROR de nuestra amiga Deborah en LA FINCA, un hermoso rincón de Valparaíso con mucha movida cultural. Los esperamos!!
¿CÓMO LLEGAR? Para quienes vengan del plan de Valpo, pueden tomar la micro 612 (la O) en Av Argentina o Colón (también se puede tomar en Viña) y se bajan en Av Alemania con calle Israel. También pueden tomar el colectivo 40 en la plazuela Ecuador que los deja ahí mismo (Israel con Av. Alemania). La Finca está en la primera rampa a mano derecha subiendo por Israel.


Primer ciclo NUEVO FOLK en Quillota


El maestro Paillanka

        El maestro Paillanka se pone elegiaco y reflexivo en el mesón de los bares. Cuenta que los doctores le sacaron un riñón y la cicatriz, sin esmeros ni virtudes, quedó chueca pero ni tanto porque se parece al mapa de Chile. Al maestro Paillanka los milicos le cortaron un coco cuando estuvo detenido el ‘73, quedó en desequilibrio pero funcionando en correcta hombría y buenos bríos. El maestro Paillanka sabe cuántas piedras caben en un metro cúbico de ripio (depende si están mojadas o secas), cuántas personas se alimentan con una cabeza de vaca (treinta y cinco, todos bien comidos y satisfechos) y cuántos curas han muerto por subirse a los campanarios (317 en total, bueno, puede que alguno no haya muerto pero ha quedado bien desgraciado para siempre, que viene a ser más o menos lo mismo). El maestro Paillanka siempre tiene un ojo en la manguera y otro en la lienza, por eso dice que la vida es demasiado dura y triste para andar perdiendo el tiempo suicidándose.

Animales sueltos /// Poema 21


Con el hambre aprendimos tanto
como con la escuela.
Las sutiles diferencias entre nuestros padres.
La conducta perfecta de los mayores.
La unilateralidad de la culpa.

Nuestra madre fue la única
que siempre compartió nuestro hambre.

La gallina de los huevos de oro está en la infancia.
Destripada bajo la higuera del fondo,
aún nos llora.


Arrobo segundo de Santa Rosa de Lima en el Cristo de la Roca

Entonces, me puse a escuchar canciones guturales de la precordillera. Desde el fondo de la roca emergían voces como sierpes danzantes, un espectáculo penetrante bajo el sol del verano. Yo me dolía ante el reflejo de otra estirpe que me llenaba la cabeza de imaginarios acallados, de oraciones que no debían ser repetidas. Sabía yo que había un dios que me hablaba en la evidencia de mi conmoción. Podía escuchar los sermones de sacerdotes deformes y extranjeros de género indescifrable, mientras ejecutaba las heridas correspondientes en mi costado izquierdo.

Siempre supe que era un dios enfermo.

La noche abre su órgano tripartito ante mis ojos.
Derrama lentamente su brea tibia sobre la cabeza de Cristo y lo miro sin edad ni dialecto. Dentro de mi cuadro colonial no hay más respuestas que él. Su cuerpo es una abertura milenaria en mí. Cristo desnudo configura mi pasión de cosmogonía y sé que nadie comprendería eso. En esta tierra toda la gente es iletrada de espíritu, dada a las cotidianidades generales, al pan, al monasterio sin cobijo. Es un peladero de sensualidades que antes estaban aquí, bullían sobre la superficie terrena y verde cuando gobernaba Mama Quilla con su sombra delicada.

En estas horas de despojo hago entrar a Cristo como el cuchillo plateado en mi carne primeriza. Ofrezco esta mi sangre a su sangre para que haga él brotar la saciedad como ungüento sobre el vacío del alma.

La incertidumbre es mi pecado.


Las banderas siempre nos cubrieron de sangre


Ahora estoy recogiendo
pedazos de mi ropa
algunos huesos quebrados
páginas de mis libros que
advirtieron esta soledad
de rumiante, esta belleza
de los campos.


(Supermercado Vietnamita)

Desperate man blues


                                                                                    Los perros ladraron toda la noche. Los desvelos agitan mis pensamientos estériles e invitan a recaer en el ejercicio nulo de la palabra. Los pespuntes de la quebrada, la maleza reseca en la crispación última de sus temblores, habitan en mí como un espantapájaros. Contrahecho, presa de los sentidos, hurgo en mis genitales para corroborar lo funesto: el temor a la mutilación y al carácter espantoso de lo femenino.


De vuelta en la Villa